16.7.10

HENRY

Cuando Henry cumplió cinco años de edad le pidió a su mamá de regalo viajar a México. Había leído en una guía de turistas que uno de los platillos que enloquecían el paladar de los ciudadanos eran los tacos al pastor. Se intrigó por la tortilla y se le antojó la carne de cerdo, porque en su región ese animal no habitaba. Con las imágenes del trompo en el fuego y de la piña en su cresta, Henry sólo añoraba el día en que su madre lo llevara a ese lejano país.

Henry se distinguía de los demás oseznos por un paliacate rojo que su vecino El Teporingo le había traído de uno de sus viajes a Oaxaca, y porque siempre cargaba guías de viaje bajo su garra; los demás de la manada le decían que con eso no iba a aprender nada, que la onda era siempre leer la narrativa universal porque la historia del mundo estaba en sus páginas.

El mejor amigo de Henry se llamaba Submarino, era el hijo de la novia de El Teporingo, los tres vivían en un hoyo de la corteza terrestre y ahí pasaban los duros inviernos que se vivían en el Polo Norte. Se habían hecho amigos cuando Henry lo rescató de morir por inanición tras una huelga de hambre, Submarino se negaba a la relación de su madre con el conejo prieto, decía que si algún día tenían hijos estos iban a ser orejones y negros.

Submarino siempre viajaba en el hombro de Henry, y cuando los dos se ponían a filosofar sobre la vida siempre llegan a la conclusión de que el pato podría ser más amable con el novio de su mamá, y prometía echarle ganas para ser feliz en su hogar.

Una noche la mamá de Henry llegó a su hielo y le entregó a su osezno dos boletos de avión para México, uno para él y otro para Submarino. Le puso una cadena alrededor de su cuello y le advirtió que eso era un pase de protección para que no se lo comieran los carnívoros de aquel lugar. “Ya estás en edad de crecer y saber defenderte de los predadores, si quieres probar los tacos al pastor tendrás que ser valiente”.

Un oso polar, que brillaba por la blancura de su piel; un pato, que provocaba ternura por la imagen de ser el mejor amigo de un carnívoro, se abrieron paso a través de la selva, de las pirámides, de los museos y las ferias. Descubrieron que los carros chocones no eran aptos para Submarino porque salía volando, y que los caballos no eran medio de transporte para Henry porque él terminaba cargándolos.

Dejaron al final de la travesía los tacos al pastor, por fin se aparecieron en el local más famoso de todo el país: “La Inocencia del Puerco”. El changarro era atendido ni más ni menos que por el hermano de El Teporingo, por Quetzal, que en lugar de plumas verdes las tenía moradas por el cochambre que se le pegaba de la parrilla.

Fueron atendidos como invitados de honor, los dos comieron el pastor y cada que masticaban el taco sentían cómo sus papilas salivaban por el gran antojo que les nacía de las tripas. Probaron la salsa hecha con cacahuate y brincaban cada vez que el hocico les ardía por el sabor picante. Tragaron como si hubiera sido el último día de sus vidas y rieron como si la panza les fuera a estallar por la diversión y no por la comida. Sabían que ese momento era la plenitud de sus vidas, no importaban si iban a ser largas o cortas, Quetzal inmortalizó ese momento con una fotografía que mandaría a enmarcar días más adelante.

Años después la madre de Henry recibió por correo la fotografía de su hijo y Submarino mientras reían con el ave de plumaje exótico. Ella sonrió y por segunda vez en su vida sintió frío, la primera fue cuando se enteró que su cría había muerto al regalarle su piel a un niño que se congelaba en el Cañón del Sumidero.

2 comments:

Isa said...

Es GENIAL, el osezno Henry y el intrépido Submarino jo, ¡me encantó!

Sotrois said...

Isota! eso es todo!!! gracias por tu tiempo para leerlo!!! :]