10.1.07

Dos de 3

Tripo (II)
Parece que Tripo no era un rinoceronte como todos los demás, él tenía tres cuernos en su cabeza, los dos únicos y principales como los de su manada y uno extra a la mitad de la frente. Tenía dos pasatiempos, uno lo podía realizar durante el día porque era su filia más preciada: resucitar moscas; y por las noches se reunía con un grupo de fumadores que lo aceptaban sin problemas porque era un experto en los sabores de los habanos que le importaba una gaviota cubana.

La única razón por la que había creado el Club de Fumadores era por la ceniza, tenía una necesidad imperiosa de saber qué vestigio de cigarro era el que tenía más pureza para resucitar a aquella mosca que él había amado en su juventud. Dicen que murió porque su mamá la envenenó con uno de esos sprays que utilizan los exterminadores de plagas, y algunos cuentan que por desolación Tripo se convirtió en un rinoceronte delgado, aún más ajeno a su fílum.

Crora le había contado a Tripo que ella era prácticamente inmortal, porque cuando Dios era joven e inexperto pues no tenía amigos por tener tan importante cargo y su única amiga, la única que le acompañó fue una mosca panteonera. Cuando el bicho murió, Dios casi enloqueció de dolor, pero esto le hizo idear una manera para resucitarla. Sabía que no podía crucificarla porque su futuro hijo tenía que morir así para salvar al mundo, y tenía prohibido por todas las fuerzas estelares alterar el ciclo de la vida. Pensó, meditó, platicó con tucanes, con los más sabios perros, hasta que encontró la solución en la hierba santa.

Dios dejó que la vida malgastara a la hierba para todos los males, puesto que él no se podía consumir, ya seca la tomó entre sus manos y con toda su pureza frotó, frotó, frotó tanto que comenzó a salir humo de entre sus dedos y al sentir que el fuego le quemaba la piel comenzó a sacudirse porque le angustiaba no apagarse; entre tanto movimiento Dios se dio cuenta que el cadáver de la mosca panteonera se había salido de su corazón. Se arrodilló y lloró. Se levantó y sin palabras sintió en su espalda la caricia de las alitas de su amiga. Lo había logrado. Y gracias a ella, a esa mosca panteonera, pudo soportar el sufrimiento de ver a su hijo sangrar porque le habían enterrado unos clavos en las muñecas y en los tobillos. Y tan sólo por ese amor esos artrópodos están benditos.

Dicen que cuando la novia del rinoceronte terminó de contar la historia, pues Tripo y Crora lloraron. Algunos cuentan que ella se enamoró de él porque podía limpiar sus patitas en el tercer cuerno, el de su frente, que no se cansaba de mirarlo por cada lente de sus ojitos, porque era como contemplarlo más de mil veces al mismo tiempo. Él se enamoró de ella porque jamás había sentido la caricia de una patita peluda en su piel de cemento, que sus alas grandes tenían la cuadrícula medida en exactitud, y que las alas traseras eran una circunferencia que comprobaba la existencia de Pi 3.1416. En sí, Crora era una mosca perfecta, y Tripo era un rinoceronte amorfo.

Una noche que Tripo terminaba de limpiar el Club de Fumadores, encontró entre los restos de un habano un pedacito de hoja de la hierba santa, alejó todo el tabaco seco, el que resplandecía lo limpió con cuidado y lo metió en el guardapelo donde tenía los despojos de Crora. Tenía que ir a su casa, su corazón latía muy fuerte, tan fuerte que le dolía la emoción.

A marcha forzada no notaba que tenía espectadores, los chitas escuchaban los bombos del festín, los leones miraban la cena, los cazadores bailaban con la música de los latidos de Tripo. Uno a la izquierda, dos a la derecha, tres atrás. Las emociones te ciegan, las ilusiones te protegen del daño, los sueños te alejan de la realidad, la imaginación te inventa, te transforma. Corría, Tripo corría sin notar su entorno, corría a las patas de su amada.

“Arde”, ¿qué le ardía a Tripo? “Me estorba”, ¿qué le estorbaba a Tripo? “No me caigo, sí me caigo, que no me caigo”. Los que sabían la historia de Tripo miraban a lo lejos, quizá sabían por qué corría tan rápido o quizá sólo veían una persecución de caza, y él no lo notó porque había perdido el olfato por el tabaco. “Dios, esto no está pasando”.

1 comment:

yo[corazón]tú said...

Es hermoso cuando el amor es tan cegador que no importan los alrededores. Gracias por mejorar mi día.